Todavía gotean las hojas después del aguacero nocturno cuando Andrés Link se echa al hombro la mochila y se interna en la fría y húmeda mañana. Acaba de amanecer y el bosque ya es una algarabía de cantos y parloteos: resuena el potente grito de un mono aullador, el tac tac tac de un pájaro carpintero, el chillido de los monos ardilla persiguiéndose de rama en rama. A lo lejos empieza a oírse un sonido extraño y ululante; se desvanece; vuelve a empezar.
«¡Escuche! –dice Link, orientando el oído–. Titíes. ¿Los oye? Son dos, cantando a dúo.»
Esta celebración estridente pone la música de fondo al paseo cotidiano que lleva a Link a su puesto de trabajo a través del que quizá sea el lugar con mayor biodiversidad de la Tierra. Link, primatólogo de la Universidad Peruana Los Andes, está estudiando al mono araña común, y esta mañana se dirige a un lambedero (un depósito natural de sal donde acuden los animales a lamer), situado a media hora a pie, donde se reúne a menudo un grupo de estos monos.
Ceibas y ficus de inmensas raíces que parecen contrafuertes se alzan cual columnas romanas hacia el dosel del bosque. Las ramas bifurcadas de estos gigantes están cubiertas de orquídeas y bromelias que sustentan comunidades enteras de insectos, anfibios, aves y mamíferos, y los troncos están ceñidos por el abrazo helicoidal de las higueras estranguladoras. Hay tanta vida que hasta en una pequeña charca dejada por la huella de un animal colean diminutos pececillos.
Descendemos por una ladera hasta internarnos en un bosque salpicado de palmas del género Socratea, conocidas como jiras zanconas, cuyas raíces aéreas de un metro de alto les permiten desplazarse ligeramente en busca de luz y nutrientes. Es una de las innumerables adaptaciones evolutivas que se despliegan por la Estación de Biodiversidad Tiputini (EBT), unas instalaciones gestionadas por la Universidad San Francisco de Quito que ocupan 650 hectáreas de selva prístina en la periferia del Parque Nacional Yasuní, un hábitat de unos 9.800 kilómetros cuadrados de bosque lluvioso en el este de Ecuador.
«Puedes pasarte aquí la vida entera, y cada día sorprenderte por algo nuevo», dice Link. En el bosque que rodea la EBT hay diez especies de primates y una variedad de aves, murciélagos y ranas que no conoce parangón en prácticamente toda América del Sur. La geografía de Yasuní es el germen de esta riqueza. El parque se ubica en la intersección de los Andes, el ecuador y la Amazonia, un punto en el que convergen riquísimas comunidades de plantas, anfibios, aves y mamíferos. Los aguaceros son casi diarios durante todo el año y apenas hay diferencias entre las estaciones. El sol, el calor y la humedad son constantes.
Esta parte de la Amazonia también es hogar de dos pueblos indígenas, los quechuas y los huaorani, asentados en poblaciones a la vera de caminos y ríos. El primer contacto pacífico entre los huaorani y los misioneros protestantes se produjo a finales de la década de 1950. Hoy la mayoría de las comunidades huaorani tienen relación comercial e incluso turística con el mundo exterior, al igual que los que fueran sus enemigos tribales, los quechuas. Pero dos grupos de huaorani han dado la espalda a esos contactos y han preferido buscar su sustento por las altitudes selváticas en la llamada Zona Intangible, establecida para protegerlos. Por desgracia, esta zona, que se solapa con el sector sur de Yasuní, no incluye toda su área de distribución tradicional, y los guerreros nómadas han atacado a colonos y madereros tanto dentro como fuera de la zona de protección; el último ataque fue en 2009.